“Esa palabra que nunca es guerra, que nunca es muerte”
Participación segunda Maleta Viajera, Tertulia de Gloria Luz Gutiérrez
El tema que en buena hora nos presenta la segunda versión de la Maleta Viajera de Poetas y Escritores, organizada por la Tertulia de Gloria Luz Gutiérrez, alrededor del aporte de la literatura en la construcción de una paz estable y duradera, no puede ser más oportuno y para mi más significativo. De los aquí presentes, soy quizás la única testigo de cómo empezó todo esto y, ojalá, que logre ser testigo también de su final. Aunque será un largoproceso éste de la reconciliación, un camino en el que todos tendremos que poner a prueba nuestra grandeza de colombianos.
Porque es en esos primeros años cuando se establece o modifica la vocación de los seres humanos. Todos, absolutamente todos los niños nacen poetas. De lo que suceda después son responsables el ámbito familiar, las circunstancias que rodean al individuo, el colegio, la universidad… en pocas palabras, la realidad que condiciona al hombre y a la mujer. Y de la realidad todos somos, en una u otra forma, responsables.
En el inicio de este arco que se tensa desde el 9 de abril, bajo el título “La nube de ceniza”, escribí: “Está bien que la vida, de vez en cuando, nos despoje de todo. En la oscuridad los ojos aprenden a ver más claramente. Cuando la soledad es el total vacío del cuerpo y de las manos hay caminos abiertos hacia lo más profundo y hacia lo más distante. En el silencio las amadas voces renuevan claramente sus palabras y los muros custodian el rumor conocido de los ausentes pasos. Los labios que antes fueron sitio de amor en las calladas tardes aprenden la grandeza de la canción rebelde y angustiada. Hay un viento en suspenso sobre los altos árboles, un repique de lluvia sobre ruinas oscuras y humeantes, un gesto en cada rostro que dice de amargura y vencimiento.”
Poco tiempo después, me fui a trabajar a Venezuela, donde tuve una afectuosa acogida, pero donde también acepté contribuir con mis gestiones para que algunos liberalesque habían llegado por el Llano, fueran aceptados como exiliados. Fue en ese momento que tuve que pedirle de manera personal al Expresidente Eduardo Santos que, como director del Partido Liberal, respaldara a estos colombianos y especialmente a Eliseo Velásquez, para que no fuera expulsado de allí. La gestión de Luis Eduardo Nieto Caballero quien me acompañó a esa cita y mi encendida defensa, fueron generosamente recompensadas por Santos. Quién iba a imaginar que hoy, su sobrino-nieto, don Juan Manuel Santos, sería el Presidente de la Paz, a quien tanto debemos en Colombia.
Pero en Venezuela escribí: "Mi patria está lejana y sufre/ quiero irme a llorar por sus caminos/y no seguir mirando/ este manso color de agua tranquila/ del monte y de los árboles./Yo decía: "mi tierra"/y era como volver a la ciudad del sueño/de la mano del padre/y era como sentir el primer beso/o regresar a la primera lágrima./Ahora dicen: "tu tierra"/y hay muertos abonando las raíces del odio/y banderas de incendio por los pueblos./Los nombres que regresan, familiares, están llenos de angustia, /ya no hablan el idioma del trigo/ni la canción de azúcar del trapiche./Uramita, Dabeiba.../su fulgor campesino/se lo llevó la nube de ceniza./Quiero volver ahora/porque no puedo aquí seguir sonriendo/mientras mi patria llora."
Regresé y por mucho tiempo mi poesía fue un círculo de tiza que tracé precisamente para no tener mucho que ver con la política. Cuando de alguna forma los peligros cesaron para mí, no quise seguir callando y mis poemas hablaron de nuevo de la guerra, del asedio a Mitú, de los desplazados, de los soldados heridos en el Hospital Militar y de la Paz. La que al escribir estas palabras se ha firmado, pero que aún no se concreta, la que ostenta hoy un Premio Nóbel al Presidente Juan Manuel Santos. Y ahora que ya la vida me ha dado todo lo que podía pedirle y que mis palabras no tienen ninguna ambición, le dedico a él este poema que esperamos cierre el final de ese arco y me traiga, lo único que me falta: la paz de mi país.