Maruja desde la mirada de Ana Mercedes Vivas
Como en un arco que se tiende desde las primeras décadas del Siglo XX hasta este Siglo XXI, los 100 años de Maruja Vieira resumen la gesta por la educación, la participación, el trabajo y la literatura escrita por mujeres. En esta web, actualizada con el apoyo del Ministerio de Cultura de Colombia, Maruja regala a sus lectores sus mejores libros, crónicas y ensayos para libre descarga.
Nacida en Manizales en 1922, pero residenciada en Bogotá durante la mayor parte de su vida, Maruja Vieira es Miembro Honorario en Colombia de la Academia de la Lengua y Correspondiente de la Real Academia Española.
Poeta, periodista, relacionista pública, catedrática y ensayista, ha publicado 20 libros de poesía y uno de prosa, e innumerables artículos en los más importantes medios del país y de Venezuela (donde vivió varios años en la década de los 50).
Testigo excepcional de la historia política y cultural colombiana, Maruja Vieira (bautizada así por el poeta Pablo Neruda, a quien conoció cuando se firmaba aún María Vieira White) fue una de las pocas mujeres contertulias de El Automático de Bogotá, perteneciente a la generación llamada de Los Cuadernícolas, defensora de los derechos de la mujer; una de las primeras en ocupar cargos ejecutivos en Colombia; la primera presentadora de nuestro país puesto que estuvo en la televisión venezolana, cuando en Colombia no había este sistema.
Desde su regreso a Bogotá, hace más de 40 años, se desempeñó como ejecutiva, periodista, gestora cultural y docente, preocupada por la formación de las nuevas generaciones de la capital y muy especialmente por la motivación de todos los jóvenes poetas y especialmente de las mujeres que empiezan a dejar oír su voz.
Su trayectoria literaria, iniciada con Campanario de Lluvia (1947), nos evoca su ciudad natal y su infancia: “Era blanca mi casa, con ardientes geranios que cifraban la luz en las altas ventanas…”. De esa ciudad natal la trasladaron siendo muy niña a Bogotá, donde vino a vivir, por casualidades del destino, a la casa de la señora Georgina Fletcher, nombre indeleble en la memoria de las luchas feministas en Colombia. Allí se formó Maruja en la idea de la participación de la mujer en las decisiones políticas de Colombia y desde sus más tiernos años abandera su lema de “mujer vota mujer”. Estudia bachillerato comercial e inglés con el profesor y humanista Howard Rochester. A los 17 años entra a trabajar como secretaria del Departamento de Tierras de la Texas Petroleum Company.
Su poesía nos refleja los años vividos en Bogotá: “Desde aquí mi ciudad es más cierta y más honda; me dibuja en el alma su perfil de montañas, el escudo del tiempo la defiende de olvidos, por sus águilas negras y sus dulces granadas. Yo recuerdo sus calles, largos hilos de bruma que febrero enredaba con agujas de insomnio. Y sus parques de mayo, con sonrisas de niños/ y los altos balcones rumorosos de junio.”
Los sucesos del 9 de abril y su actuación brillante para proteger los almacenes de J.Glottman, donde era secretaria de don Jack, la llevaron a ser nombrada jefe de relaciones públicas de esa compañía, desde donde creó los famosos Conciertos Glottman del hoy teatro Jorge Eliécer Gaitán. Pero esos sucesos dejaron una huella indeleble en la joven poeta: “Antes estaban lejos, casi desconocidos, /el combate y el trueno. Ahora corre la sangre por los cauces iguales del odio y la esperanza…” y, poco después, se trasladó a Venezuela.
Estos acontecimientos, decidieron el viaje de Maruja Vieira a Venezuela: “Todo lo que era mío./ la clara voz del padre y el eco de sus pasos/despertando la infancia./ Las manos de la madre/con su cálido estigma de ternura/sobre la tinta fresca de las cartas./El rostro del hermano,/ya copiado en el hijo con ríos y cometas/y una lámpara nueva junto a la vieja lámpara./Mis libros, mi silencio,/ la armonía brumosa de las calles,/el parque con su hierba de domingo,/la puerta musical de Santa Eulalia./La mano conocida, la palabra prevista/la quietud del encuentro/con lluvia en los cristales./ Simple, sencillo, tierno,/ todo lo que era mío se me quedó tan lejos!.”
Venezuela la acogió con amor y fue allá donde tuvo la oportunidad de trabajar con Román Chalbaud y Alberto de Paz y Mateos en la televisión, y de conocer a algunos de los más destacados intelectuales latinoamericanos de la época como Alejo Carpentier, Arturo Uslar Pietri y Miguel Otero Silva, con quienes compartió profunda amistad. Así dice en su poema Carta de Venezuela: “¿Quién escribió mi nombre /mientras el arco iris y la estrella/ iban por Altamira de la mano? En los sellos azules de la carta vino un jirón de playa y en el verde un tiquete de paisaje/ para viajar en aquel tren de Aragua…”
Regresa Maruja Vieira a Colombia y se radica en Popayán “Ciudad remanso donde se aquieta la amargura… Allí funda la Librería Guillermo Valencia y comparte la alegría de la amistad eterna del maestro Baldomero Sanín Cano y los momentos inolvidables con la educadora Ruth Cepeda Vargas y con Luz Valencia de Uruburu.
Luego se traslada a Cali. Allí trabaja en la KLM. En 1959, contrae matrimonio con el profesor, abogado, poeta y periodista caucano José María Vivas Balcázar, quien fallece de manera repentina el 15 de mayo de 1960. Su amor ha durado para siempre: “Todavía la frágil quemadura de una lágrima/borra la luz del árbol. Todavía cerca del corazón se detiene la vida cuando te nombra alguien. Todavía te amo…” De su matrimonio quedó yo, Ana Mercedes Vivas, comunicadora, gerente y poeta. “Estabas tú, invisible todavía/niña de las canciones. Nosotros fuimos tu camino/jamás dudas entre el pan y las flores.”
A la muerte de mi padre, Maruja Vieira fue designada directora de relaciones públicas del Servicio Nacional de Aprendizaje SENA, en reemplazo precisamente del cargo de José María Vivas Balcázar, quien era director de relaciones obrero-patronales de la entidad. Maruja trabajó 13 años en el SENA, contribuyendo a la creación del Servicio de Empleo de la institución.
Allí su poesía se torna más cotidiana: “Me dices que los tornos tienen música, sorda música de olas/en un sombrío caracol metálico…” Hizo de cada una de las tareas a su cargo un ejemplo de desarrollo y gestión educativa y cultural, creando, por ejemplo, con Fanny Mikey, temporadas de teatro para los aprendices del Centro Agropecuario del SENA en Buga y los Salones Estudiantiles de Artes Plásticas en Cali.
Luego trabajó en Radio Sutatenza, impartió cursos de relaciones humanas en INCOLDA y fue corresponsal de la Revista Guión.
En 1977 se trasladó definitivamente a Bogotá, como editora cultural de Guión. Más tarde, como asesora de la dirección de Colcultura y Jefe de Comunicaciones del Instituto en dos oportunidades, colaboró desde su cargo con Gloria Zea. Luego se dedicó por muchos años a la cátedra universitaria, en las universidades Central y de la Sabana.
Creó para el periódico El Siglo, la sección crítica Esto es Teatro y la agenda cultural.
Figuras amadas de amigos y la presencia inolvidable de Enrique Uribe White, quien fuera su guía y mentor literario, llenan su poesía: “Navegará siempre en la noche/recorriendo la Vía Láctea, señor de sombras y de música, de rompecabezas y máquinas...”.
También los viajes: “Mi vecina del bus de Roma tendría dieciséis años y llevaba en las manos la Divina Comedia en italiano…Mi vecina del bus de Roma era La Primavera, Simonetta Vespucci de bluyines, desprendida del cuadro para vivir en la memoria de Florencia, de Roma, del otoño y la lluvia…”.
Su preocupación por el planeta: “La lluvia del Apocalipsis atómico/disuelve el rostro de las estatuas. El viento se ha declarado enemigo del bosque, hombres azules defienden los ríos, hombres verdes defienden los árboles…la vida ganará la batalla.”
No faltan las evocaciones de quienes han inspirado su vida, desde otros ámbitos del arte como la pintura, arte que ama con pasión como la música clásica: “Magritte vivió aquí en Bruselas, con su amor, su caballete y su perro. Como era tan feliz no quería cumplir setenta años. Y decidió pintar la imagen surrealista/ de su muerte.”
Pero Maruja Vieira no es una artista encerrada en una torre de marfil. Le duele Colombia y así lo expresa en poemas como Los Desplazados, fechado en Bogotá en el 2007: “Llegaron cantando y sembraron/en el cemento árido. Celebraron los ritos del amor y del respeto a las semillas. A cada una de las parcelas que inventaron/le pusieron el nombre/que dejaron atrás, en el campo. Ahora fue así y mañana, cuando sepan que no los vieron, que no los escucharon, que los olvidaron? Mañana…”. Con el paso de los años, la poesía de Maruja Vieira ha adquirido también una asombrosa capacidad para el divertimento y la sorpresa, como en su poema “Los 85”:
“A los 85 estamos descaradamente vivos. Se supone que los que nos aman deben saber que caminar ya no es la alegría de antes a menos que sea al sol y sobre la hierba. Se supone que deben saber que nuestras noches son demasiado largas, porque tenemos que acostarnos muy temprano y hay muchas cosas que ya no podemos hacer porque nos cansamos. Pero seguimos descaradamente vivos y no son nuestros ojos, es la luz la que se debilita cuando queremos leer y no son nuestros oídos, es la voz de los otros la que ya no tiene sonido. Son las calles las que se han vuelto/demasiado largas y las escaleras demasiado altas. Pero seguimos descaradamente vivos y algunos afortunados tenemos una ventana por donde entra el sol de la tarde/y una voz muy amada que nos llama.”
Desde esos 85 años hasta estos 100 años de Maruja, la vida ha cobrado su natural factura. Con los achaques propios de su edad, conserva sin embargo, una extraordinaria fuerza vital. En un pequeño estudio en Chapinero Alto, con la compañía de sus ángeles de enfermería, que le leen puesto que hoy ha perdido casi completamente uno de sus ojos, Maruja sigue atenta los procesos políticos y vitales del país y del mundo. Como bien dice el poeta Federico Díaz Granados en su artículo publicado en la Revista Cambio: “Atravesó un siglo y en pleno ejercicio de su lucidez es testigo de las conquistas y cambios que ha traído el siglo XXI…y se encuentra con los amigos y lectores por zoom. Su sencillez y generosidad le impiden ser consciente de que festejar su centenario es, de alguna forma, un símbolo de un tiempo de termina y a la vez de una época que comienza.”
Léanla, recítenla, difúndala, la voz de Maruja es la de todos ustedes. Es la mejor forma de celebrar su paso por un siglo de vida.