Carmelina Soto en la Poesía Colombiana
Carmelina Soto en la Poesía Colombiana
Hambrientos y sedientos de la vida
unos ojos en pleno desamparo,
y en los labios un gesto...
el rictus raro/de una risa banal y descreída.
No llamo la atención con mi figura
y paso, de las gentes muy lejana
al desgaire el cabello y el vestido.
No escribí nunca la canción que dura.
Si cuanto soy, ya no ha de ser mañana
qué me importa el recuerdo y qué el olvido.
Existe en el Siglo XVII un paralelo singular entre México y la Nueva Granada. En 1651 nació en San Miguel Nepantlan. Juana Inés de Asbaje y Ramírez de Cantillana, para la posteridad Sor Juana Inés de la Cruz. En 1671, el 6 de octubre, nació en Tunja de padres españoles nobles y acaudalados, Francisca Josefa de la Concepción del Castillo y Guevara, la Madre Castillo.
Sor Juana Inés de la Cruz, el Fénix de México o la Décima Musa como llegó a llamársele, murió en 1695 a los 44 años. Francisca Josefa del Castillo, la niña de Tunja, que aprendió a leer sin que nadie le enseñara y tomó los hábitos muy joven, vivió hasta 1742. A los 71 de edad la tranquila monja clarisa abandon el mundo serenamente, dejando poesías que todavía despiden una dulce claridad como los Deliquios del Divino Amor:
El habla delicada
del amante que estimo
miel y leche destila
entre rosas y lirios.
Tal vez nunca pasaron por su imaginación frases tajantes, como las de Sor Juana Inés de la Cruz la mexicana, carmelita al principio, monja jerónima después, batalladora y valerosa:
Hombres necios que acusáis
a la mujer sin razón
sin ver que sois la occasion
de lo mismo que culpáis.
Después pasan dos siglos en silencio absoluto las mujeres de la Colonia. En el Siglo XIX encontramos a Josefa Acevedo de Gómez, Silveria Espinosa de Rendón, Agripina Montes del Valle, Isabel Bunch de Cortés y Eva Verbel y Marea. Muy poco dicen esos nombres ahora, casi nada, aunque no se limitaron sus poseedoras, ni mucho menos, a los temas considerados" femeninos": el amor divino, el amor profano, el amor filial, el amor fraternal, el amor maternal y el amor-amor. Josefa Acevedo de Gómez describió bellamente el Tequendama; Silveria Espinosa de Rendón se arriesgó a escribir un poema a Bolívar; Agripina Montes del Valle, además de escribir al Tequendama y al Magdalena, dedicó poemas a Fernando de Lesseps, el constructor del Canal de Panamá, a quien llamó "el gran obrero de la civilización"; Isabel Bunch de Cortés y Eva Verbel y Marea no tuvieron tantos arrestos y se limitaron a los que podrían llamarse, con los parámetros de aquel tiempo "los temas propios de su sexo".
En el Siglo XX encontramos autoras cuyo primer libro fue publicado entre 1901 y 1940. Son ellas Blanca Isaza de Jaramillo Meza, Sophy Pizano de Ortiz, Susana Rubio de Díaz, Laura Victoria, Isabel Lleras de Ospina, Blanca Ortiz de Sánchez Montenegro y Emilia Ayarza. Dos de estas mujeres, Gertrudis Peñuela (Laura Victoria) y Emilia Ayarza tienen más de la jerónima batalladora que de la clarisa contemplativa. Laura Victoria vivió y escribió en México. Emilia Ayarza murió en Los Ángeles en 1966, pero también a ella como a Barba Jacob y a Pardo García "la tierra mexicana le dio su rebeldía, su libertad, sus ímpetus. Y era una llama al viento"... Esta llama volvió a encenderse cuando el Museo Rayo de Roldanillo reeditó su Testamento. Emilia Ayarza:
"todo lo tuvo y nada poseyó.
Soles negros pasaron por sus sienes,
oscureciendo la llama de sus bosques.
Anduvo siempre sola entre las multitudes.
Su terrestre piel por las raíces
se adentraba hasta el pecho de los ruiseñores.
Y por la madrugada en el rocío,
hacía su viaje transparente y puro
para poner su llanto entre la hierba".
Estas voces rebeldes, especialmente la de Emilia Ayarza, abren el camino que nos lleva hacia Carmelina Soto. Ella está entre las autoras cuyo primer libro de poesía fue publicado entre 1941 y 1960 y su nombre encabeza una lista bastante larga: Meira del Mar, Dolly Mejía, Helvia García de Bodmer, Maruja Vieira, Dora Castellanos, Sylvia Lorenzo, Fanny Osorio, Matilde Espinosa ... Pero la de Carmelina Soto es una palabra distinta, un acento de insospechada trascendencia, en el ámbito que conocemos en la historia literaria colombiana como la etapa de Piedra y Cielo. Estas son palabras de Eddy Torres sobre Carmelina Soto y el momento en que su poesía surgió a la luz pública:
"A principios de la década de 1940 era imposible en Colombia, al hablar de economía, no referirse al impacto de la guerra mundial en el desarrollo de la industria nacional; y era imposible también, al hablar de poesía, no aludir al movimiento Piedra y Cielo, que llevó a la literatura alegres escuadras de capacidades jóvenes. El país entero, no como antes el grupo minoritario, empezó a hablar de poesía y más aún de poesía fresca. Porque se supo qué había ocurrido últimamente, qué estaba ocurriendo en otros meridianos de la lengua española.
El proceso se cumplió nacionalmente, sin circunscribirse a la capital. No resulta extraño que fuera en una ciudad de provincia donde apareció el libro inicial de esa década en cuanto a nuevas poetas de impulso originario piedracielista: Campanas del Alba (Armenia, 1941). Carmelina Soto, su autora, había nacido allí; trabajó como bibliotecaria, estudió pedagogía y contaduría; su experiencia en este último campo la convirtió más tarde (1962) en la primera mujer a la que se encomendó la auditoria de la Presidencia de la República. Publicó después Octubre (Bogotá, 1952) y Tiempo Inmóvil (1974). Su trabajo lírico abunda en hallazgos verbales.
Dentro del hilo de un poema tomado al azar, "Lo impenetrable" engarza líneas -síntesis: "Ninguna cosa de verdad es mía ”...“Todo indagar es víspera de llanto…”. “Qué soledad rodea cada cosa..." Presionada por los temas eternos del sentimiento, siente hundidas sus raíces en la tierra. En una conferencia que dictó en 1964 en la Universidad del Quindío dijo: "Si en este atardecer sosegado de la vida me fuera dado elegir un sitio para nacer de nuevo... volvería a elegir este sitio y a tener el sentir maravilloso de los que fueron hacedores de ciudades, fundadores de la nacionalidad, nostálgicos de gloria, ambiciosos de poder, exaltados de fe y hambrientos de libertades".
Después de una vida de rudos trabajos y soledad creciente, Carmelina Soto cumplió su promesa de 1964. Vivió en Armenia del Quindío, lejos de todo menos de sí misma. Cuando Carlos Enrique Ruiz tuvo en sus manos los destinos de la Biblioteca Nacional, Carmelina Soto estuvo en Bogotá leyendo su poesía desgarrada, vital, poderosa. También Águeda Pizarro logró su presencia en uno de los primeros encuentros anuales de mujeres poetas del Museo Rayo de Roldanillo. Estamos en deuda con Carmelina Soto y es necesario que todas las jóvenes mujeres que ahora escriben -y los hombres también por supuesto- conozcan su obra. Tal el propósito de este estudio, que sigue el orden de "Tiempo Inmóvil", la selección poética de 1974. Contiene poemas que antes estaban dispersos en publicaciones de periódicos y revistas nacionales y extranjeros, que abarcan los años de 1940 a 1950, su primer libro "Campanas del Alba", "Octubre" y algunas prosas escritas posteriormente. Ella dijo:
El don de la palabra es don divino. Por él toma forma y acción el pensamiento y cuando se ilumina por la gracia de la poesía, se expresa por la boca del hombre como una llama que canta".
Así la perfección de su "Mensaje" un soneto que es el primer poema conocido de Carmelina Soto:
Esta palabra azul, clavel al viento,
al llegar al país de tu sonrisa,
será una mariposa, solo brisa
mecida por el aire de tu aliento.
Se nutrirá del néctar de tu acento
y del clima sonoro de tu risa.
Su vuelo musical cortará aprisa
el aire manso de tu pensamiento.
Será forma perfecta y deseada
que diga todo sin saber de nada...
lo mismo que el clamor de la campana
que da su voz e ignora que el sonido
ha dejado un momento estremecido
el rosado cristal de la mañana...
Como éste, muchos sonetos perfectos e intachables surgieron de la inspiración de Carmelina Soto en los tiempos de Piedra y Cielo. En la hora actual la poesía se despoja de la rima y de la métrica. Eso está bien para que vuele libre, porque el soneto puede ser cárcel de catorce rejas, cuando el contenido està sometido a la forma. Pero cuando es la forma la que se somete al contenido, la destreza del artífice logra la obra de arte.
Más allá del soneto, su impulso creador llevó a Carmelina Soto a la interpretación de “Los motivos del barro" del poeta y matemático persa Omar Khayyam:
De pronto dijo un vaso con insólito impulso:
“De mí todos se burlan porque nací torcido.
Pues fue que al alfarero le tembló un poco el pulso
y por tanto quien ría, primero se ha reído
de aquel que soy sustancia, medida y contenido”
La asaltaron el amor, el miedo, el tiempo. Muy temprano conoció la angustia. Pero la poesía tiene el poder de abrir para el espíritu horizontes distintos. Es la lluvia de Paul Verlaine sobre ciudades de altas catedrales, o son los burritos alegres de Francis Jammes, esos amigos nuestros de ayer, de siempre y siempre. Porque son iguales Platero, bajo el cielo de Moguer, el burro sabio del circo francés y el burrito capulón del Quindío en Colombia:
Ando siempre felíz, con la cabeza alzada.
Me levanto temprano por saludar el dia
y mientras muchos duermen, yo salto de alegría
porque revienta en haces de luz otra alborada.
La faz del nardo frágil y la espiga inclinada
ante mis ojos arden con fugaz lozanía.
Y para mí yo tengo que son de poesía
y me duele que vivan y que no duren nada.
Me apresto vivo y ágil al trajín cotidiano
Pero cuando es domingo con palmas y verano,
al llegar a la aldea, no sé por qué razón,
camino como en ascuas, con miedo y tembloroso
y miro que me miran con cariño y con gozo
y una brasa secreta me alumbra el corazón.
Octubre es un libro de poemas escritos entre 1942 y 1952, que editó en 1953 “Antares”, la imprenta de Gonzalo Canal Ramírez. Se encuentra en este libro “El Fruto” uno de los sonetos más logrados de la poesía colombiana y de la poesía castellana en pleno:
Los pájaros supieron su venida
antes que la rosada mariposa.
Por presagiar su desnudez, la rosa
ocupó su lugar y su medida.
Lámpara de los árboles, ardida
en justa miel de abeja rumorosa.
Golfo de azúcar, piel de pomarrosa,
intención de la fronda florecida.
Oscura tierra lo llevó dormido
como la rama de potente vena
la caracola trémula del nido.
Abril palpó su redondez Madura
y en la ciudad azul de la colmena
su dulce nombre se nombró dulzura.
En casi todos los escritores y en los poetas particularmente, hay una tendencia inicial a reconocerse, a buscar, remontando los ríos de la sangre, el origen de su propia luz o de su propia sombra. En este segundo libro, publicado más de diez años después del primero, ya las que tañen no son las campanas del amanecer, no es el alba, ya es mucho después, más allá del mediodía. Es octubre, cuando el otoño dora las hojas que el viento empezará a llevarse pronto.
Pero antes hay que mirarse, reconocerse en La Herencia:
De mi padre yo llevo
el afán sostenido de partir cada día,
el amor al azar, el gusto por lo nuevo,
la pena, la alegría.
(Por su herencia doy sólo valor a lo que pierdo
y voy mirando atrás como el recuerdo)
Y mi madre tenía oscura cabellera,
partida en dos como alas
de golondrina en reposo,br>haciendo marco triste a su cara de cera.
De mi madre yo llevo la palabra tranquila,
la admiración por los cabritos recién nacidos,
la cabellera oscura, la dulzura,
los sueños incumplidos.
(Lo poco bueno en mí me viene de ella
y el gusto por la espiga y por la estrella).
Qué me importa!
Yo tomé un caracol y lo acerqué a mi oído
y después tuve ganas de quebrar los espejos
(quién sabe lo que dicen en su canción los ríos?)
Cantemos algún canto, me dice un niño hermoso...
y mi voz es cascada... monocorde... baldía...
y rueda rencorosa como los frutos secos.
Bibliotecaria, maestra, contadora, auditora, aseguradora...
Entre duros trabajos, relojes y calendarios, entre papeles áridos, tuvo la capacidad de no dejarse vencer, de construir un lenguaje rico y sonoro para, más allá del monólogo interior o del poema narrativo, hablar a esa indispensable segunda persona del singular, tú, el interlocutor inevitable, el nombre del amor. Así Cancioncilla del libro Octubre:
Cuando dejé de verte era verano.
En la sangre caliente renacía
un racimo de besos y corría
un viento... un claro viento por el llano.
(Bien lo recuerdo, Amor...Era verano)
y quise retenerte. Con qué lazo
había de atarte para no perderte?
(Cuerpo de agua en el cristal de un vaso)
Acaso. . .
sin amarras mi lazo fue más fuerte...
que siendo tú la ausencia, ibas cercano
como vida en el pulso de la muerte.
Al fin estoy contenta y tú lejano.
Tan lejano de nieblas y de olvido
que mueres en un verso arrepentido
en un tiempo de amor y de verano.
(Quizá no eras amor ni era verano).
Así se describió a sí misma:
Hambrientos y sedientos de la vida
unos ojos en pleno desamparo,
y en los labios un gesto...
el rictus raro/de una risa banal y descreída.
No llamo la atención con mi figura
y paso, de las gentes muy lejana
al desgaire el cabello y el vestido.
No escribí nunca la canción que dura.
Si cuanto soy, ya no ha de ser mañana
qué me importa el recuerdo y qué el olvido.
Una actitud similar a la de Carmelina Soto ante la vida y el poema, una parecida forma severamente escrutadora de los elementos que las rodeaban, tuvo en España una mujer que se llamó Susana March. Tanto la una como la otra están llamadas a perdurar en los anales de la literatura en lengua española.