“Príncipe de la poesía” lo llamó Eduardo Carranza. En verdad lo era, pero bien podía hacer suyas las palabras de Gerard de Nerval:
“Yo soy el tempestuoso, el viudo, el desolado
príncipe de Aquitania de mi torre abolida...”
La poesía de Antonio Llanos, escrita entre 1932 y 1943 es contemporánea de Piedra y Cielo. Pero sus tres libros más importantes fueron publicados más tarde, en 1950.
Fue Octavio Gamboa el legatario de esta poesía. Cuando Antonio Llanos murió en Cali en 1978, sólo Gamboa y otros pocos amigos lo habían acompañado en aquel largo viaje nocturno, durante el cual se fueron apagando poco a poco las luces de su inteligencia.
Sensibilidad, entrega mística, maestría verbal. Es inevitable evocar a Antonio Llanos cuando se piensa en Los Farallones, que son “las montañas azules/ que sostienen los cielos en sus altas columnas” en “Casa Paterna”, un poema digno de las más exigentes antologías. Se perciben en él las influencias, plenamente aceptadas por Llanos, de Francis Jammes y Georges Rodenbach.
La etapa de “Casa Paterna” (1932-1943) se caracteriza por una poesía íntima, poblada de recónditas sugerencias. El belga Rodenbach y el francés Jammes inspiraron a Llanos uno de los momentos más bellos de su obra.
Tibia casa encalada donde mi padre un día
me habló de las estrellas con acento de música
y se quedó mirando las montañas azules
que sostienen los cielos en sus anchas columnas.