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Carlos Medellín - Réquiem por un poeta

“No tuviste tu muerte, la que a ti te tocaba/malamente, a sabiendas, equivocó el camino/”.Estas palabras de la “Elegía a un poeta que no tuvo su muerte” de Rafael Alberti a Federico García Lorca, están en la memoria desde el momento aciago cuando sus compañeros del grupo Espiral supimos que en el holocausto del Palacio de Justicia había entregado su vida el magistrado Carlos Medellín.

Abogado, escritor, educador. Nació en Zipaquirá el 8 de abril de 1928. En 57 años de vida fue profesor y rector universitario, fundador de entidades educativas, periodista cultural de medios impresos, radiales y de televisión. Dirigió la revista Bolívar, estuvo entre los fundadores de la Orquesta Filarmónica de Colombia, fue director de ASCUN, de la Comisión de Educación de UNESCO, formó parte del Consejo Superior de la Universidad Central y del Externado de Colombia. Perteneció a las Academias de Historia, de Letras, de Bellas Artes…Escribió textos de español y cívica, tratados de Derecho…Y fue ante todo un hombre “en el buen sentido de la palabra, bueno”, como Antonio Machado, uno de sus maestros de poética.

En 1947 y 1951 publicó en Iqueima, bajo los auspicios de Clemente Airó, sus dos volúmenes de versos Poemas y Moradas. Más tarde y después de escribir libros sobre la Estética del derecho, Las instituciones políticas de Colombia, y Los conflictos de la Universidad, reunió relatos y ensayos en El aire y las colinas (1965) y Detrás de las vitrinas (1976).

Leía a los clásicos en latín, francés e italiano y presenciaba la vida con serenidad y tranquila ternura. Como su padre, el ilustre jurista Carlos Medellín Aldana, repartía su cariño entre los suyos –madre, hermanos, esposa, hijos– sus alumnos y sus libros. Y sus amigos, sus innumerables amigos que todavía buscamos, sin encontrarlas, palabras adecuadas para hablar de su muerte.

Es necesario recurrir de nuevo a Alberti y al recuerdo de García Lorca “debiste de haber muerto sin llevarte a tu gloria/ese horror en los ojos de último fogonazo/ ante la propia sangre que dobló tu memoria/, toda flor y clarísimo corazón sin balazo”.