Evocación de Roberto Liévano
En su libro Poetas Colombianos (1979) dice Enrique Uribe White que Roberto Liévano llevó su vida como “la del río /que del monte desciende a la llanura/se adormece a la orilla del plantío/ y fluye a su destino sin premura”. Uribe White menciona un libro de 1976. No existen notas biográficas en sus libros En torno a Silva (1946), El Mensaje Inconclusa (1947), Viejas Estampas (1948).
En el recuerdo de quienes lo conocieron se dibuja su aristocrática figura: alto, delgado, de cabellera blanca y tez morena, manos finas y sensitivas. Era contertulio permanente de Luis Eduardo Nieto Caballero y un grupo de intelectuales de todas las edades, que se reunían los sábados al medio día, en un lugar situado en la antigua Terraza Pasteur.
Citando una vez más a Uribe White: “Hay algo misterioso …que al evocar sus versos aletea…”. El amor por la historia y la maestría literaria se unieron en Roberto Liévano para crear un poema que merecería estar inscrito con letras de materia duradera en el campo de batalla de Carabobo, donde el 21 de junio de 1821 quedó sellada la independencia de Venezuela.
Cuatro décadas más tarde, en mitad de una de las numerosas revueltas civiles que azotaron a Venezuela y a los demás países de la extinta Gran Colombia, Juan Crisóstomo Falcón y José Antonio Páez se disputaban el poder. Falcón tenía 41 años, Páez, nacido el 13 de junio de 1790, conservaba a los 71 años de edad y muchos de combates, la zarpa terrible que esgrimió, primero contra los españoles y después contra el propio Bolívar. Pero en el siglo XIX, en pleno auge del romanticismo, se combatía con arranques de caballerosidad medieval. Páez y Falcón hicieron un alto en la batalla para dialogar.
Ese momento es descrito por el historiador venezolano Laureano Vallenilla Lanz, quien anota que del episodio fue testigo, cuando era un joven de apenas 23 años de edad, Eduardo Blanco, el autor de “Venezuela Heroica” La historia y la poesía se unieron con Roberto Liévano para escribir estos versos memorables:
PÁEZ Y FALCÓN
(Paráfrasis de L. Vallenilla Lanz)
En un breve paréntesis de la ruda contienda
los bravos contendores se han tendido la mano
y joven uno, el otro vestigio sobrehumano,
dialogan fraternales bajo la misma tienda.
Cuarenta años pasaron de la fecha tremenda
de Carabobo. El campo feral está cercano
y Páez , en su gloriosa vejez de león anciano,
va mostrando los sitios de su propia leyenda.
“Por aquí yo bajaba de la cercana altura…
Rifles, Cedeño, Plaza…y al centro, en la llanura
el Libertador” (algo doblegó las cabezas)
y Falcón, en un grito de exaltación hidalga,
se dirige al mancebo que a su lado cabalga:
¡Escucha al mismo Aquiles contando sus proezas!