Don Miguel de Unamuno, Poeta
El 31 de diciembre de 1936 murió repentinamente Don Miguel de Unamuno en su casa de Salamanca Cuatro días antes había terminado la relectura de Rojo y Negro de Stendhal y el 28 escribió la última página de su Diario Poético, única obra inédita que dejó a su muerte.
Esta última página es el poema 1755 del Cancionero que fue escribiendo, día tras día, en un período de nueve años, desde el 26 de febrero de 1928 hasta el diciembre triste de 1936. Diario poético que registra sus intimidades espirituales más profundas. En él aparecen sus motivos ideológicos, humanos y religiosos, permanentes y característicos.
La edición fue preparada en 1953 por Federico de Onís. Su valor autobiográfico y espiritual es incalculable. Es libro imprescindible para todos aquellos que se interesen por la obra filosófica y literaria del Rector Magnífico de la Universidad de Salamanca.
La lectura de Stendhal le dictó a Unamuno el que sería su último poema:
Morir soñando, sí, mas si se sueña
morir, la muerte es sueño; una ventana
hacia el vacío; no soñar, nirvana;
del tiempo al fin la eternidad se adueña.
Vivir el día de hoy bajo la enseña
del ayer deshaciéndose en mañana,
Vivir encadenado a la desgana
es acaso vivir. Y esto ¿qué enseña?
¿Soñar la muerte, no es matar el sueño?
¿Vivir el sueño, no es matar la vida?
¿A qué poner en ello tanto empeño,
aprender lo que al punto al fin se olvida
escudriñando el implacable ceño
- cielo desierto - del eterno sueño?
28 (Día de Inocentes) XII - 36
El 29 de septiembre anterior había cumplido setenta y dos años. Su obra literaria tenía enorme difusión y decisiva influencia en el mundo de habla española. Sus ideas y convicciones expuestas en La agonía del Cristianismo y en su obra capital Del sentimiento trágico de la vida y de los pueblos, tenían innumerables discípulos, entre ellos Gabriela Mistral, la gran mujer chilena que en 1945 traería el primer Nobel a la América Hispana.
Las novelas de Unamuno son perdurables, además de la precisión de su escritura, por el análisis sicológico tan acertado de las pasiones e instintos de sus personajes: Niebla (1914); Abel Sánchez (1917); La tía Tula (1921); Tres novelas ejemplares (1921). Este ávido lector y catedrático escribía constantemente ensayos, artículos, tratados y estudios de carácter filosófico. En La vida de don Quijote y Sancho determina el quijotismo como ideal de vida y una vez más analiza magistralmente las relaciones que existen entre los dos componentes básicos de la vida del hombre: la fe y la razón.
La importancia de Unamuno como filósofo, mentor y orientador de la Generación del 98, opaca en ocasiones su valor esencial de poeta En 1911 publicó Rosario de sonetos líricos, en 1920 El Cristo de Velázquez, una de las más bellas meditaciones de carácter místico del siglo XX. Luego publicó De Fuerteventura a París, diario en verso de un momento de su vida y Romancero del destierro, que refleja el dolor íntimo que le ocasionó el exilio, cuando en 1924 fue desterrado a las Islas Canarios, para ser indultado un año después. Se estableció en Paría y en 1930 regresó a España, donde su llegada revistió caracteres de apoteósis.
En los primeros meses de 1936 dictó una serie de conferencias magistrales en la Universidad de Oxford (Inglaterra). Y siguiendo su norma de registrar, en prosa o verso, las impresiones y los pensamientos suscitados por los lugares que recorría (De mi país, Tierras de España y Portugal, Andanzas y Visiones) escribió el 3 de marzo su despedida de las Islas Británicas.
Londres con un sol lunático
por entre la niebla asoma.
No es Jerusalén ni Roma
sino cine fantasmático,
ceñido de parques reales,
pintada naturaleza,
no realidad, mas realeza;
praderas artificiales,
nubes sumidas en humo,
sueños sumidos en tedio,
que no queda otro remedio
que consumirse en consumo.
Muchedumbres en desierto,
soledad entre millones
de mortales, que entre sones
mecánicos van al puerto
del morirse soberano;
y viejas con su perrito
que es el fetiche de un rito
eugénico y malthusiano.
Me vuelvo a ti, Madre España,
clara, pobre y cejijunta,
que allí cuando el sol despunta
puedo renovar mi entraña.
(Londres – 2–III-1936)
Volvió a su España, a Salamanca a orillas del Tormes, a la universidad que setecientos años antes había fundado Alfonso IX, al edificio construido en tiempos de Isabel y Fernando. Allí había encontrado su primer trabajo en 1892, después de estudiar Filosofía y Letras en Madrid. Llegó a la Rectoría al comenzar el siglo, en el año 1900. Desde el Viernes Santo de 1936 hasta el mes de septiembre, las hojas de su Diario Poético están en blanco. Sólo vuelve a escribir el día en que cumple setenta y dos años.
Un ángel, mensajero de la vida,
escoltó mi carrera torturada,
y desde el seno mismo de mi nada
me hiló el hilillo de una fe escondida.
Volvióse a su morada recogida
y aquí al dejarme en mi niñez pasada,
para adormirme canta la tonada
que de mi cuna viene suspendida.
Me lleva, sueño, al soñador divino,
me lleva, voz, al siempre eterno coro,
me lleva, suerte, al último destino;
me lleva, ochavo, al celestial tesoro,
y ángel de luz de amor en mi camino
de mi deuda natal lleva el aforo.
Había nacido Miguel de Unamuno y Jugo en Bilbao, en la provincia de Vizcaya, teatro de batallas durante las guerras carlistas, ciudad industrial de minas de hierro, fábricas de cristal y siderúrgicas Pero la mayor parte de su vida transcurrió en Salamanca, donde fundó su hogar y crecieron sus hijos y sus nietos. En octubre de 1936, mientras la guerra civil que había estallado en el mes de julio, asolaba los campos españoles, empezó a despedirse serenamente de la vida.
Había sido violentamente expulsado de su rectoría y de su cátedra en la Universidad, por el General Millán Astray, en episodio suficientemente conocido. Indudablemente su salud, ya quebrantada por los años, se derrumbó. Se refugió en su casa y escribió este poema triste:
Horas de espera, vacías.
Se van pasando los días
sin valor
y va cuajando en mi pecho
frío, cerrado y deshecho
el terror.
Se ha derretido el engaño
¡alimento me fue antaño!
¡pobre fe!
lo que ha de serme mañana
...se me ha perdido la gana...
no lo sé!
Cual sueño de despedida
ver a lo lejos la vida
que pasó
y entre brumas en el puerto
espera muriendo el muerto
que fui yo.
Aquí mis nietos se quedan
alentando mientras puedan
respirar...
la vista fija en el suelo,
¿qué pensarán de un abuelo
singular?
A medida que avanzaba diciembre y las últimas golondrinas surcaban el cielo invernal, sentía Don Miguel, el otro inmenso Don Miguel de España, que el mundo se empequeñecía en derredor suyo, hasta asfixiarlo.
El 21 de diciembre –diez días apenas le quedaban en el mundo– escribió sus versos más amargos:
Cuán me pesa esta bóveda estrellada
de la noche del mundo, calabozo
del alma en pena, que no puede el gozo
de su todo gozar, prendida en nada.
Ay pobre mi alma eterna encadenada
de la ilusión del ser con el embozo
de la verdad de veras en el pozo
en que está para siempre confinada.
¡Que chico se me viene el universo!
y qué habrá más allá del infinito
de esa bóveda hostil en el reverso
por donde nace y donde muere el mito?
Deje al menos en este pobre verso
de nuestro eterno anhelo el postrer hito.
Todavía pudo refugiar su amargura en esos libros que le recordaban sus días de París (“sueño en mis días de la libre Francia”) y así, entre Pierre de Ronsard y Gérard de Nerval, entre la Pléyade y el Romanticismo, cerró los ojos para siempre, el 31 de diciembre de 1936, el más importante de los escritores españoles desde Miguel de Cervantes y Lope de Vega.