El Reino de Este Mundo - Alejo Carpentier
El Reino de Este Mundo - Alejo Carpentier
"En el Reino de los Cielos no hay grandeza qué conquistar, puesto que allá todo es jerarquía establecida, incógnita despejada, existir sin término, imposibilidad de sacrificio, reposo y deleite. Por ello, agobiado de penas y de tareas, hermoso dentro de su miseria, capaz de amar en medio de las plagas, el hombre sólo puede hallar su grandeza su máxima medida, en el Reino de este Mundo."
(Alejo Carpentier – El Reino de este Mundo)
26 de diciembre de 1904 en la Calle Maloja de La Habana llegó Alejo Carpentier al reino de este mundo. Fue su padre Jorge Julián Carpentier, un arquitecto francés, cuya vocación inicial era la música, concretamente el violoncelo. Aunque estudió arquitectura por mandato familiar, jamás renunció a la música, que fue su pasión más constante y cierta.
La madre de Alejo Carpentier era rusa. Nacida bajo el zarismo, se educó en el Liceo Imperial de Bakú, fue amiga de la bailarina Anna Pavlova y estudió medicina en Suiza - Su nombre era Ekaterina Blagobrazoff, pero cuando salió de Rusia rumbo a Suiza lo cambió por el más sencillo de Lina Valmont
.Bien podría llamarse Pelagia Vlasova, como la protagonista de La Madre de Gorki. Rusa blanca, opuesta al régimen comunista, cambió de actitud política en 1927, a raíz del encarcelamiento de su hijo, hasta el punto de traducir en los años 30, algunas novelas de escritores soviéticos. Rasgos suyos se encuentran en el personaje de la rusa de “La Consagración de la Primavera”, aunque Carpentier haya dicho que se inspiró "en una culta e inteligente rusa”, que según él vivió muchos años en Baracoa y “una mañana, alcanzada por la Historia en su lejano retiro, había sido despertada por los gritos de ¡Viva la Revolución!"
Sorprendida Ekaterina – Lina por la Segunda Guerra Mundial cuando se encontraba casualmente en París, fue detenida por la Gestapo, bajo la acusación de que su hijo publicaba artículos contra Hitler en la prensa cubana. Librándose de sus carceleros con pasmosa habilidad, se sumó a la Resistencia Francesa y terminó su existencia en La Habana, rodeada de jóvenes revolucionarios a quienes daba clases de ruso, totalmente identificada con el proceso social cubano. En la inolvidable Caracas de 1950 era una anciana delgada, aristocrática, que vestía siempre finas telas oscuras, alguna vez sombrero y velo, en el húmedo clima casi oceánico del Valle del Ávila.
Alejo Carpentier vivió en Caracas con su madre y su esposa Lilia Esteban, entre 1945 y 1959. Sus ingresos de “creativo” en la empresa de publicidad de Carlos Eduardo Frías y colaboraciones permanentes en El Nacional de Miguel Otero Silva, permitían a los tres una supervivencia modesta y hermosa, con muchas tareas y muy pocas penas.
Pues se trata de encontrar los caminos que llevaron a Carpentier a Haití, el mágico país donde nació lo real maravilloso en la literatura de América Latina y el Caribe.
Su niñez en el campo lo acercó a la población negra de Cuba. Su sensibilidad europea hereditaria le dio perpesctiva para entender un mundo donde los dioses africanos y los brujos se mezclan con las influencias indígenas y españolas, hasta engendrar el personaje triétnico que se define como “criollo”, palabra con que siempre denominó Carpentier el fenómeno desmesurado de nuestro continente. De ese ámbito de su niñez y su adolescencia surgió su primer libro Ecué–Yamba–O. Es necesario mencionarlo porque allí están, en concepto del ensayista ecuatoriano Galo René Pérez, muchas claves de su producción posterior. Existen relaciones muy claras entre Menegildo Cué, el protagonista de Ecué–Yamba–O, y Ti Noel, hilo conductor de la historia que se relata en El Reino de este Mundo.
Fueron muchas las tareas emprendidas por Carpentier antes de que alcanzara su grandeza la máxima medida que hoy reviste. A los 17 años inició estudios de arquitectura en la Universidad de La Habana, pero tuvo que interrumpirlos por apremios económicos, que lo obligaron a trabajar a los 18 años como corrector de pruebas en una imprenta tan modesta –decía años más tarde- que aceptaba un corrector que nunca antes había ejercido ese oficio.
A los 20 años era jefe de redacción de la Revista Carteles. Contaba con orgullo amable, que en ese momento fue el Jefe de Redacción más joven de América Latina y el Caribe. El 1927 lo llevaron a la cárcel sus inquietudes políticas y entre los muros de la prisión escribió Ecué–Yamba–O, que quiere decir en algún dialecto africano “Gracias a los dioses”. En 1928, mediante su amistad con el poeta francés Robert Desnós, se introdujo en un barco casi como polizón. Seguramente lavó platos, peló papas, hizo de pinche de cocina, hasta llegar a Francia sin un centavo en el bolsillo, por supuesto.
En París se hizo amigo de todos. Trabajó en redacciones, en la radio, e hizo traducciones. Entre 1933 y 1934 aparece en Madrid, donde edita su primera novela. Si en Francia había conocido a Breton, Tzara, Eluard, Sadoul, Chirico y Picasso, en España fue amigo de García Lorca, Bergamín y Salinas. En 1937, en plena guerra española, participó en el Congreso por la Defensa de la Cultura en Madrid.
Regresó a Cuba en 1939. Antes había viajado por todas partes. Era un viajero perspicaz e infatigable, que podía descubrir identidades entre la música de Bach y la arquitectura de los aztecas y los mayas. En Cuba dictó clases de música. Había aprendido con sus padres a leer partituras y a tocar el piano. Sus conocimientos y su fama de destacado y respectable musicólogo le permitírían, en 1954, llevar a Caracas a los músicos más importantes del Continente. Al Festival de Música Latinoamericana llegaron ese año invitados por Alejo Carpentier e Inocente Palacios, Heitor Villalobos, Juan José Castro y Carlos Chávez...
En 1941 se casó con Lilia Esteban, una bella e inteligente mujer, de maravillosos ojos brillantes, que hoy es guardiana del recuerdo de su compañero en el Museo Alejo Carpentier de La Habana. Según cuentan los afortunados que lo han visto, funciona en la misma casa que se describe en La Consagración de la Primavera. Fue de Lilia Esteban la idea de aprovechar para los Festivales de Música Latinoamericana y del Caribe la Concha Acústica José Angel Lamas, de la recién fundada urbanización de Inocente Palacios en las Colinas de Bello Monte. Pero ésta es otra historia, una historia con fondo musical.
En 1943 llegaron Alejo Carpentier y Lilia Esteban a Haití. Allí encontró Carpentier la figura, borrosa entre leyenda y sueño, de Toussaint Louverture. Así describe a Toussaint el gran Pablo Neruda:
Haití, de su dulzura enmarañada extrae pétalos patéticos,/rectitude de jardines, edificios/de la grandeza, arrulla el mar como un abuelo oscuro/su antigua dignidad de piel y espacio.//Toussaint Louverture anuda la vegetal soberanía,/la majestad encadenada, la sorda voz de los tambores/y ataca, cierra el paso, sube/ordena , expulsa desafía como un monarca natural,/hasta que la red tenebrosa cae y lo llevan por los mares/arrastrado y atropellado como el regreso de su raza,/tirado a la muerte secreta de las sentinas y los sótanos./Pero en la Isla arden las peñas, hablan las ramas escondidas,/se transmiten las esperanzas, surgen los muros de baluarte./La libertad es bosque tuyo, oscuro hermano, preserva/tu memoria de sufrimientos y que los héroes pasados/custodien tu mágica espuma./
El caudillo de los insurrectos de raza negra, hecho prisionero por el general Leclerc, fue llevado cargado de cadenas a morir en Francia. Pero los dueños de la nube, de la semilla, del bronce y del fuego vengaron ese crimen y llegó la epidemia. De nada valieron los ensalmos de Solimán. Paulina Bonaparte, al borde de la demencia, tuvo que embarcarse con el cadáver de Leclerc en el navío Switshure, donde sus velos de viuda joven y loca, pronto se enredaron en las espuelas del joven oficial que custodiaba el regreso a Francia de los restos del general.
Como la breve y fuerte ráfaga que fue en la historia de Haití, pasa por las páginas de El Reino de este Mundo, Toussaint el ebanista, que tallaba para el pesebre del amo los ojos acusadores del rey negro.
Sorprendido entre las transformaciones de Mackandal y la gran rebelión del olvidado Bouckman, Ti Noel apenas se da cuenta de que el esclavo haitiano Juan Jacobo Dessalines proclama un 1° de enero la independencia del país, es designado gobernador vitalicio, se proclama emperador en 1804 y muere asesinado en 1806, sin que le valgan su tricornio napoleónico ni sus brillantes alamares ni su guardia de granaderos.
Ocupado el elemental Ti Noel al principio del relato, en la doma de potros y de negros, fiel discípulo de Mackandal el mandinga, tampoco al canza a darse cuenta de que al final de su vida, cuando fracasa en sus aspiraciones de convertirse en ganso, en el sur de la isla ha reemplazado a Dessalines el ecuánime Alejandro Petión, que nos mira desde el bronce porque un día extendió su mano generosa a un loco soñador de libertades que se llamó Simón Bolívar.
Libertad... extraña palabra para Ti Noel. Nació esclavo de Lenormand de Mezy, el colono francés que tal vez era uno de aquellos piratas que tuvieron su base en la isla Tortuga, la misma de los corsarios rojos, negros y verdes que conocimos en Salgari. Inútilmente esperó Ti Noel en su juventud que Mackandal diera la señal del gran levantamiento. Algún día los Señores de Allá, encabezados por Damballah, por el Amo de los Caminos y por Ogún de los Hierros, traerían el rayo y el trueno para desencadenar el ciclón que completaría la obra de los hombres.
Pero Ogún de los Hierros, Ogún el Guerrero, Ogún de las Fraguas Ogún Mariscal, Ogún de las Lanzas, Ogún Changó, Ogún Kakakán, Ogún Batalá, Ogún Panamá, Ogún Bakulé, abandonó a Mackandal y dejó fracasar la rebelión de Bouckman. Y fue entonces cuando Henri Cristophe se robó la corona de latón dorado que servía de insignia a su trabajo de cocinero y se fue para las llanuras del Norte.
Y he aquí que Ti Noel, viejo ya pero firme aún sobre sus pies juanetudos y escamados cree que es libre cuando regresa de Santiago de Cuba por el Canal del Viento. No sabe que a Dessalines no pudieron defenderlo Petro, Ogún Ferraille, Brise Pimba ni Caplasou Pimba ni todas las divinidades de la pólvora y del fuego.
Por el camino se encuentra Ti Noel con hombres de su raza, que llevan el estilo napoleónico a un boato ignorado hasta por los mismos generales del Corso. Y es esclavo otra vez, más esclavo que nunca, prisionero en un mundo de negros ... “Porque negras eran aquellas hermosas señoras, de firme nalgatorio, que ahora bailaban la rueda en torno a una fuente de tritones; negros aquellos dos ministros de medias blancas, que descendían, con la cartera de becerro debajo del brazo, la escalinata de honor; negro aquel cocinero con cola de armiño en el bonete, que recibía un venado de hombros de varios aldeanos conducidos por el Montero Mayor; negros aquellos húsares que trotaban en el picadero; negro quel Gran Copero, de cadena de plata al cuello, que contemplaba, en compañía del Gran Maestre de Cetrería, los ensayos de actores negros en un teatro de verdura; negros aquellos lacayos de peluca blanca, cuyos botones dorados eran contados por un mayordomo de verde chaqueta; negra, en fin y bien negra era la Inmaculada Concepción que se erguía sobre el altar mayor de la capilla, sonriendo dulcemente a los músicos negros que ensayaban una salve. Ti Noel comprendió que se hallaba en Sans-Souci, la residencia predilecta de Henri Christophe, Aquel que fuera antaño cocinero de la Calle de los Españoles, dueño del Albergue de La Corona y que hoy fundía monedas con sus iniciales, sobre la orgullosa divisa de DIOS, MI CAUSA Y MI ESPADA”.
Por la causa y la espada de Henri Christophe, largas filas de haitianos subían la cuesta empinada que conduce a la fortaleza de La Ferriere, cargados con piedras enormes para la construcción de la mítica ciudadela. Y mientras las negras princesitas Athenais y Amatista jugaban al volante y el capellán de la reina (único blanco entre tanta negrura) leía las Vidas Paralelas de Plutarco al príncipe heredero, la esclavitud hervía otra vez en rebeliones, ahora contra Henry Christophe, el mismo Emperador Jones del drama de O’Neill, que atraviesa la historia y la leyenda con el disparo certero de su última bala de plata.
Y cayó Ti Noel en una esclavitud aún más abominable que la que había conocido en la hacienda de Monsieur Lenormand de Mezy. Hasta cuando el propio ejército del monarca hizo sonar el manducumán y terminó el mandato de Henri, por la ley constitucional del Estado, Rey de Haití, Soberano de las Islas de la Tortuga, Gonave y otras adyacentes, Destructor de la Tiranía, Regenerador y Bienhechor de la Nación Haitiana, Creador de sus Instituciones Morales, Políticas y Guerreras, Primer Monarca Coronado del Nuevo Mundo, Defensor de la Fe, Fundador de la Orden Militar de Saint Henri. Su cuerpo quedó enterrado en un bloque de cemento, que puede ser uno de los que quedan en la Ciudadela La Ferriere, la fortaleza construida muy arriba, sobre las nubes...
El relato de Carpentier podría terminar aquí. Pero era necesario que supiéramos que para Ti Noel, que había aprendido de Mackandal a transformarse en árbol o en caballo, su aspiración suprema era ser ganso. Porque los gansos son gente de orden, de fundamento y de sistema, cuya existencia es ajena a todo sentimiento de individuo a individuo de la misma especie. Pero fue inútil. Ese viejo orden rechazó al nuevo ganso. Una guerra de picos le indicó que no podia pertenecer al clan"Ningún ganso conocido había cantado ni bailado el día de sus bodas. Nadie de los vivos . lo había visto nacer. Se presentaba sin el menor expediente de limpieza de sangre. En suma, era un meteco"
“Y desde aquella hora nadie supo más de Ti Noel, ni de su casaca verde con puños de encaje salmón, salvo tal vez, aquel buitre mojado, aprovechador de toda muerte, que esperó el sol con las alas abiertas: cruz de plumas que acabó por plegarse y hundir el vuelo en las espesuras del Bois Caimán”.
El 24 de abril de 1980, a los setenta y seis años de edad, cuando había conquistado la grandeza que hoy nos convoca ante su memoria, dejándonos en su obra la máxima medida de su poder creativo, se fue Alejo Carpentier del reino de este mundo.
*Conferencia leída el 16 de mayo de 1984 en la Universidad Central de Bogotá. Ciclo Alejo Carpentier.