A Elisa Mújica
Tenía el cabello rubio –casi fuego-
Le gustaba abrir todas las ventanas.
No cerraba sus puertas, las dejaba tendidas
como una mano para los viajeros.
Siempre encendía los candelabros,
porque si la luz está allí,
¿para qué dejarla prisionera?
Amaba las orquídeas
y los animalitos del campo
y era definitivamente bueno.
No le gustaba pensar en la muerte.
Creía que todos los hombres
merecen tener tierra y cielo.
Yo lo vi despedirse de mi padre,
apenas con un poco de temblor en la voz…
Si él pudo oírlo, se llevó para el tiempo eterno
mejor que mi silencio de llanto,
un cordial, casi alegre ¡hasta luego!
Aquella noche César me enseñó que no hay muerte.
Por eso le decimos, tú y yo, Elisa,
como la noche de la lluvia,
como entre las orquídeas,
como junto a la puerta siempre abierta,
apenas con un poco de temblor en la voz:
hasta luego!