Aquí desde la isla del sábado
(la última isla) te hablo.
En los hombros pesa el cansancio.
En los ojos arde la arena
de las horas desiertas.
La sombra
del amanecer sin rocío,
el sordo golpear
de la voz sin objeto.
No es necesario que te diga nada.
Ahora todo lo sabes.
Y te siento a mi lado.
¿Vienes a ver tu rostro reflejado
en el rostro pequeño?
¿Vienes a sonreír en otros labios?
La rama florecida del gualanday
esparce su diminuto cielo
sobre el asfalto de la calle.
Yo sé que fue tu mano
la que cortó las flores
que han caído a mi paso.
Y fue tu corazón abierto en llamas
el que tiñó los cámbulos.
Es la única hora de la última isla.
Al abrir la ventana
llegó el aroma de las camias.
La niña duerme.
Todo está en silencio y me hablas.