Mi vecina del bus de Roma tendría dieciséis años
y llevaba en las manos la Divina Comedia en italiano.
Leía intensamente los tercetos sobrecogedores
-Dante lloró escribiéndolos-en que Francesca narra
su pasión por Paolo y su castigo eterno
(Cercanos y distantes, prisioneros del viento,
del viento huracanado que los aparta siempre)
Roma pasaba por la ventanilla,
majestuosa de estatuas y de ruinas,
pasaba Roma eterna (los Césares, las Termas,
los pinos y las fuentes).
Yo pensaba en Florencia, pensaba en Simonetta
y en la explosión botánica de la botticelliana primavera..
Roma seguía pasando ante mis ojos,
con sus dioses de mármol, la sombra de sus mártires….
Mi vecina tenía los cabellos rubios, cobrizos, largos.
Su perfil
se dibujaba contra el vidrio en el aire lluvioso y mágico
del otoño romano.
Mientras leía al Dante enredaba en el índice
de su mano derecha un mechón casi incandescente.
¿dónde la he visto antes?
Después de muchas horas en San Pedro
con Miguel Ángel, Rafael, Tiziano,
en un bus de regreso volvimos a encontrarnos.
Sonreímos asombradas, como viejas amigas
que no se han visto en mucho tiempo.
¡Mi vecina del bus de Roma era la Primavera!
Simonetta Vespucci de bluyines
desprendida del cuadro,
para vivir en la memoria de Florencia, de Roma,
del otoño y la lluvia en ese territorio paralelo
donde habita el misterio.