Dicen que en los solares de mi gente, medido
estaba todo aquello que se debía hacer”
(Alfonsina Storni)
Mi madre tiene una dulzura extraña
dispersa por la frente y las pupilas.
Es un eco de lluvias invisibles,
un resplandor de llama estremecida.
Vagamente cercana, la sentimos
vivir en sus comarcas intangibles.
Cuando regresa, un sueño de caminos
se queda suspendido en su sonrisa.
Más allá de su voz hay un sonido
hecho de brisa y de ramajes lentos,
la sombra de una música perdida
en el fondo lejano de los ecos.
Está encerrada en mí, con el reclamo
de una vida que busca su presente
marcando con la forma de mis pasos
la huella de sus horas en el tiempo.