Por: María Gómez Lara.
Cuando era necesario elegir
entre el pan y las flores
comprábamos las rosas
El universo poético de Maruja Vieira está hecho de afirmación, de vida, es una mirada que elige sus palabras y las va acomodando como si fueran flores: construye un mundo con ellas, antes que el pan, hace de las palabras su pan. Es una poesía de decir limpio, preciso: va enhebrando sutilezas, ambigüedades, reconociendo los límites del lenguaje como transparencia, hilvanando imágenes, ahuyentando la opacidad.
Una Mirada Vital
La vida era una mano que me esperaba afuera
Maruja Vieira escribe ante la vida, para la vida. Su memoria es vital, está hecha de asombro: “y volví a ser la de otro tiempo / maravillada ante la vida” (Vieira, Todo…). Incluso, en el dolor de la pérdida, encuentra una revelación: “Ya está todo más claro. / Como la tierra después de la lluvia/son los ojos después de las lágrimas”. La suya es una mirada que se agudiza, de ojos siempre abiertos. “Está bien que la vida de vez en cuando / nos despoje de todo. / En la oscuridad / los ojos aprenden a ver más claramente”. Con esa oscuridad crea la luz, de tan precarios que vinimos nos hacemos fuertes, “porque si la luz está allí, / ¿para qué dejarla prisionera?
El Tiempo y sus Contornos
Hora extraña, leve.
Se borra el contorno
del tiempo.
El de Maruja Vieira es el tiempo de vivir, como lo indica el título de la antología recopilada por la Universidad Central.
La voz poética de Maruja Vieira malea el tiempo, le borra los contornos. Lo materializa, lo hace tierra que se cultiva, lo hace voz: “Y la voz de los niños hará crecer el tiempo / como una ronda inquieta”. Este tiempo materializado a veces es orilla, límite: “Llegas / a la orilla del río del tiempo”, umbral entre la vida y la muerte. A veces su pasar promete un reencuentro: “Cuando pase el tiempo, cuando crezca el río / y llegue por fin el barquero, volverán las flores / que deshizo el viento”. A veces se detiene, se suspende: “Llega un día / en que tu mayor aspiración / -tal vez la única- / es que todos los relojes / del mundo / se olviden de marcar / la hora”. El tiempo, en la poesía de Maruja Vieira, aparece siempre como presencia y no ausencia, lo que se está yendo de alguna forma permanece. “Casi verdad su mundo –duendes, estrellas, sombras- / casi nada ¡y tan dulce! lo que nos deja el tiempo”. El pasar es puro rastro: huella y no fugacidad.
Las Caras de la Memoria
El recuerdo pasó
como el nombre de un barco
Su memoria es de barcos, construye un imaginario marino. En su poesía navega el Santa Eulalia. La memoria se guarda en la palabra: “He visto su recuerdo subir por las palabras”. Es una memoria intacta, como la de Álvaro Mutis, materia salvada del tiempo. “Todo está aquí, en este fruto verde / y brillante. / Todo estaba guardado, intacto…”.
La memoria recupera el amor, lo hace presencia, “El vacío que imita la forma de tus brazos. / El monótono ruido de la lluvia en el agua”. Ese vacío con forma se llena y se vuelve sólo forma gracias al recuerdo materializado por la poesía: “tu recuerdo me toca las mejillas”. Memorial táctil. Amor recuperado.
Así como la ausencia del amado es presencia gracias a la fuerza evocadora de la memoria, las voces fundamentales de la poesía en español son, como sus ausentes presenciados, protagonistas de un diálogo cercano, de tono menor, un trasegar cotidiano con la poesía como con los objetos de la casa, con los recuerdos acumulados. Con esta familiaridad habla de Lorca, por ejemplo: “La sonrisa de Federico / junto a la fuente de Cibeles / se burla de los dos leones / (tan serios)”. Y, las palabras verdaderas de Machado, aparecen cercanas, como el mar, las flores, el viento: “¿Le contamos al mar sus olas / a la rosa sus pétalos / sus caminos al viento?”. Su poesía no cuenta porque canta.
Nombrar Alrededor de la Muerte
La muerte es un jardín de rosas amarillas
La muerte es una ausencia presenciada, no aparece como ruptura sino como tránsito, hace parte de un proceso, participa de los vaivenes de la palabra, de las muchas formas de decir y de callar: “Todavía/no encuentro las palabras / para decir la ausencia de tus manos”.
La muerte se nombra con serenidad y sutileza: “para que vieran / cómo la muerte se convierte en árbol”. Cuando habla de la muerte de otros, trae a los ausentes, invoca las formas de la vida. Crea poemas que son elegías no-funerales, elegías vitales: “Esta mujer fue humana, más humana que nadie. / A fuerza de estar viva se consumió en su llama”. No sólo recolecta los nombres particulares sino que hace que esos recuerdos tan propios sean los de todos, su evocación nos convoca. Así, sus interpelaciones nos hablan, oímos la voz de sus voces: “No te hiere el silencio / con su espina / y su angustia / porque tu voz / se ha vuelto / rumor entre los árboles”.
La muerte es un marinero, un puerto, un barco, no un final. “La muerte en nuestra casa cumplió su fiel palabra. / Todo fue tan sencillo como el partir de un barco”. En sus palabras navega un nombrar oblicuo y directo: crea, a la vez, multiplicidad de sentidos e imágenes transparentes: es imposible quedarnos con interpretaciones unívocas, su poesía es plural.
Ante la Guerra una Voz
En la silla de ruedas su figura
sería un árbol joven
con las ramas cortadas
Frente a la guerra, que ha sido la protagonista de la historia de Colombia, que ha determinado la experiencia de tantas generaciones, la guerra nombrada en exceso, el dolor frente al cual la palabra se queda muda, llega la voz de Maruja Vieira, como cara del silencio, a reinventar las maneras de nombrar, para no quedarnos mudos, para llamar otras formas de callar, una elocuencia sutil que exista fuera de la guerra que hemos heredado: “El hombre quiere un poco de silencio/para que el hijo diga su primera palabra/esa palabra que nunca es “guerra”/esa palabra que nunca es “muerte”.
La voz de los desplazados, tan silenciada, resuena en su voz, ella nombra con ellos y por ellos. “A cada una/de las parcelas que inventaron / le pusieron un nombre / que dejaron atrás, en el campo. / Ahora fue así. ¿Y mañana, / cuando sepan que no los vieron, / que no los escucharon, / que los olvidaron? Pero esta poesía los salva del olvido.
La Poesía como Afirmación
Contigo estaba escrito
el nombre del amor sobre la tierra
A pesar de la dificultad de nombrar el mundo, frente a los límites de la palabra, Maruja Vieira elige la música, convierte la música en luz. “No tengo más remedio que escucharte. / Me dices que los tornos tienen música, / sorda música de olas, / en un sombrío caracol metálico”. La música se hace palabra, se hace voz. La poesía llega, inoportuna, y ella le responde, laboriosamente, como una artesana que conoce su oficio. “Y te respondo que las estrellas de la soldadura / iluminan la noche del taller”.
La poesía, además, nos lleva al reconocimiento de la vulnerabilidad, una vulnerabilidad reveladora, que nos conecta con lo más humano en nosotros, con lo más hondo. “Y tener miedo de la música, / del libro de poemas, / del perfume del árbol, / del color de la tarde, / porque pueden caer las armaduras, / romperse las corazas / y quedar simplemente un ser humano, / solo, débil, / herido de silencios y palabras”.
Así estamos frente a su palabra. Sin armadura. Sin coraza. Esta es la música. Así su poesía nos afirma. “Quédate afuera, poesía. / No importunes ahora mi trabajo / con tu voz de cristal. /Déjame así, de espaldas a la luz”. Maruja Vieira, con su voz de cristal, no se queda de espaldas a la luz.
Obras citadas:
- Vieira, Maruja. Todo lo que era mío. Bogotá, D.C.: Universidad Externado de Colombia, 2008.
- ……………….... Tiempo de vivir. Bogotá, D.C.: Universidad Central, 1992.
- María Gómez Lara. Literata Summa Cum Laude de la Universidad de los Andes y estudiante de la Maestría de Escritura creativa en Español de la Universidad de Nueva York.