Ofelia Cubillán
Un día la piqueta del progreso se acercó, arrolladora, a una casita como de muñecas. Estaba situada en el barrio El Conde de Caracas y se llamaba "San José" porque tenerla - decía Ofelia abriendo sus grandes y asombrados ojos oscuros - fue un milagro de San José del Ávila.
Ofelia Cubillán vivió en un ámbito donde los milagros y los sueños eran cosa natural y corriente. Las imágenes del inframundo, del universo subconsciente, tenían para ella un valor igual al de las imágenes reales. Estaba asida a un mágico mundo interior. Su poesía es una tonalidad dulce, a media voz, que de repente cae en hondos y misteriosos silencios.
En el coro de las voces femeninas de la poesía de Venezuela, al lado de la resonancia honda de Luz Machado, de la alta y tempestuosa canción de Jean Aristeguieta, de la profundidad metafísica de Ida Gramcko, del ágil, sonoro y desafiante acento de Lucila Velásquez, la voz de Ofelia Cubillán es una nota dulce, tierna, soñadora que nos sale al encuentro:
Mundo de la verdad.
Amo sus puertas de silencio,
su pura voz, su esencia
que los hombres desechan
porque ella es de los cielos...
Nació en Coro, en el Estado Falcón, la tierra de los médanos interminables, que al paso del viento cambian de forma como un mar de arena. En sus años de Caracas, en la casita del barrio El Conde, fue tejiendo a su alrededor una suave atmósfera, donde la soledad ya no hería. Porque hay una soledad hiriente, mayor que la del tiempo y el espacio, la soledad de las multitudes y las distancias, que en la ciudad que crece hora por hora, cerca y asfixia.
Llegó el progreso con su nube de polvo se llevó la casa de muñecas, la casita que era como salida de un cuento de Hans Christian Andersen. Llegó la prolongación de la monumental Avenida Bolívar entre un tremendo fragor de maquinarias. De repente, en uno de esos gestos de prestidigitador con que Caracas cambiaba de la noche a la mañana el curso y la fisonomía de las calles, en lugar de los árboles crecieron troncos metálicos con deslumbrantes flores de mercurio.