Pedro Rivero
Me voy para España - dijo un día en Caracas el poeta Pedro Rivero - Me voy porque España y el Quijote son mi reserva espiritual. Voy a aprovecharla ahora, cuando la vida ha decantado en mi corazón todas las emociones. Y el poeta margariteño, el cantor de El Mar de las Perlas, se fue para España.
Mar, siempre mar. Y siempre cielo. Lo vieron brevemente las calles de Madrid. Pero siguió buscando el mar. Llegaban cartas suyas, escritas, como el poema de Rubén Darío "con perfume de azahares/ en las Islas Baleares..." Y llegaba su libro "El mar de Ulises" (Nací en el mar, sucumbiré marino). Ya nada de esto volverá a llegar.
Se fue Don Pedro, con su sonrisa buena, con su melena blanca, como de sal marina. Aquí, tan lejos de sus Baleares, tan lejos de su Isla Margarita, está la clara presencia de sus versos… Es la inagotable, purísima verdad de una poesía donde se escucha el rumor de las olas del Mar de Ulises:
Con voz de veinte siglos hoy te hablo.
No ha sido tuyo sólo el mar de Homero,
después de ti lo conquistó cimero
el mástil taumaturgo de San Pablo.
Ya no está don Pedro en Madrid, ni en sus playas amadas de Alcudia, en las Islas Baleares. Pero sigue, viajero de sus mares, navegando en el mar de sus versos. Como el albatros de Baudelaire, su reino invisible está en los altos y anchos espacios oceánicos. Sigue navegando y soñando. Ya anciano, su corazón, a través de la distancia y el tiempo, guardaba luz de milagrosa juventud. En bogotana tarde de bruma, al releer El Mar de Ulises, es como si Don Pedro estuviera aquí, hablando de sus nuevos viajes de Simbad o contando una vez màs su amada historia, la de su amor por una frágil muchachita colombiana que se llamaba María Tadea Morales, que lo acompañó una noche en París, a buscar el nombre de Francisco de Miranda en el Arco del Triunfo.