Cruz Salmerón Acosta
Era hermoso Cruz María Salmerón. Era hermoso y brillante. Lo amaban las muchachas cumanesas, que tienen cuerpos altos y espigados y son silenciosas y bellas. Lo amaron las alegres caraqueñas de sus días de estudiante, cuando entre todos era el que tenia más claros los caminos, más alto el porvenir, más sonoro el acento. Y de repente, el horror de la maldición bíblica, Cruz María Salmerón cayó herido por el mal de Lázaro.
Años y años pasaron ante el azul espejo del Golfo de Cariaco y el alma del poeta salía ilesa, más pura cada día, de la horrenda batalla...Como en el poema “Job” de Guillermo Valencia: “Bajo el fuego tenaz que la carne mordía/ la pureza crecía de ese humano crisol. Se enalbaba el metal con hervor refulgente/ y el escombro doliente se doraba de sol!”
Jamás un grito de amargura, nunca una imprecación salió de aquellos labios destrozados. Cruz Salmerón Acosta perdura en el recuerdo porque lo reflejan las palabras de Hugo Salazar Valdés:
Todo se llama ahora Cruz Salmerón Acosta
en la tierra y el aire y el sol de Venezuela.
Todo lleva tu nombre de siempre viva muerte
¡poeta en las entrañas del mar como una estrella!
La lluvia caía, cruel, incesante, deshaciendo la tierra de la tumba hasta convertirla en triste barro, cuando un grupo de amigos que todavía recuerdan aquella hora con lágrimas acompañó al poeta en su última muerte.