Era blanca mi casa, con ardientes geranios
que cifraban la luz en las altas ventanas.
Había enredaderas finas y acariciantes,
lirios que recordaban la frente de mi madre.
Allá crecieron dalias, claveles y azaleas
para la cruel dulzura de mis manos pequeñas.
Allí aprendí la forma del árbol en el viento
y el viaje de las nubes en el agua del cielo.
Los pasos de mi padre resonaron alegres
en el amor lejano de mi primer recuerdo
Y poco a poco fueron haciéndose más lentos,
mientras mis ojos iban descifrando universos.
Allá una tarde supe que en el trigo hay angustia
cuando siegan de pronto su dorada cabeza.
Me arrancaron del alma los geranios ardientes
y los lirios y el río de los amaneceres.
Se llevaron mis ojos a un paisaje distinto,
de montañas heladas bajo cielos de acero.
Me quedó un vago asombro de ternura y ausencia
y un camino que busco más allá de los sueños.