Te hemos dejado sola, madre.
El hijo se te fue a buscar estrellas
y espinas.
Yo he venido a encontrarme con la vida
en esta ciudad clara, ceñida al mar y al cielo.
Te has quedado tú sola en nuestra casa,
como se quedan las campanas
en la semana bíblica de la pasión de Cristo.
¿Rezas, madre?
Yo entiendo tu oración cuando sueñan los árboles.
Y lloras, yo te veo
luminosa de lágrimas.
El hijo busca estrellas
y sabe que tu rostro flota en cada bandera.
Yo te estoy escribiendo estas palabras
mientras el mediodía más azul de noviembre
recorta en sombra las acacias.
Ambos tan lejos, tanto, sabemos claramente
cómo es de fiel el nombre con que te recordamos.
Madre…
Y seguimos atados
al hilo solitario de tu llanto.