A Ruth Cepeda Vargas
Me dices que me aguarda tu clara ciudad lenta,
que me aguardan sus calles, su río, sus violetas.
Dulce amiga lejana, gracias por tus palabras,
por tu risa callada, por tus manos fraternas.
Gracias por tu recuerdo que me acompaña, tímido,
silencioso y seguro como el alma del agua.
Por decirme, en mis horas de amarguras inútiles,
que el dintel luminoso de tu puerta me aguarda.
Volveré, tú lo sabes. No es posible apartarse
por más tiempo del ámbito de las cosas amadas.
Vivo en nieblas de asombro, sin saber el camino,
roto el sueño de enero por la luz implacable.
Volveré y hablaremos como siempre en las tardes,
en el parque de lirios amarillos. La estatua
tendera inmensamente su mirada de piedra
sobre un mar apacible, de cenizas doradas.