Yo no te conocí, Boris Dobrowsky,
pero ayer me dijeron entre lágrimas
que eras tierno y amable; que traías
desde tu campesina Yugoeslavia
una manera dulce de ser bueno,
de amar las cosas, de encontrar el alma
de los colores y del sol, del viento,
de las flores y el agua.
Del agua verde, donde estás ahora,
viendo pasar tu eternidad de algas,
soñando siempre con el manto rojo
con que el otoño vestirá los campos
en tu tierra de robles y canciones,
de pastores y lanzas.
Yo no te conocí, Boris Dobrowsky,
y te recuerdo cuando el mar me habla.
Dice que estás allí, con tu destierro
convertido en orillas y en distancia
y que tu corazón de niño alegre
juega ya eternamente con los barcos.